jueves, 26 de agosto de 2010

Nuevamente: hoy.

Hoy, como muchas veces me detuve a mirar a la gente que circula por esta-asquerosa-ciudad. Miraba atentamente si había algún par de ojos que demostrara sinceridad, que brillara, en cierta medida buscaba un reflejo de algo más que el de sus propios zapatos grises; pero no. No vi nada.
Hoy como muchas veces intenté mirar alguna sonrisa sincera, alguna que no fuera la muestra del buen dentífrico o del presumir de la excelente clínica dental que son capaces de pagar al contado, pero no logré encontrar nada. Veía labios maquillados de falsas sonrisas, frente a mi, habían bocas que no lanzaban más que palabras falsas. Que pena. Que rabia. Que decepción.
Hoy, como muchas veces intenté dar solución a mis problemas, pero adivina con qué me encontré, con que empiezo a contagiarme de esos ojos sin brillos y esos labios pintarrajeados de saludos hipócritas, y de malas intensiones disfrazadas. Que pena, que rabia, que decepción.

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