lunes, 29 de agosto de 2011

Caminos y la gente

Sentada al costado de la ventana, veo el mundo que va caminando al lado contrario del que voy, es de noche y las estrellas tímidamente se esconden tras las nubes. Mi abrigo color negro se funde con el fondo, ese en que las estrellas se funden también. Mis zapatos de color café, piden auxilio, creen que volverán a brillar así como la primera vez, al menos ellos tienen esperanzas, no como el hombre que me da la espalda y huele extraño, al que a su cuerpo le acompañan su cara de nostalgia y cansancio laboral, de vida, de familia quizás.
Así voy yo, riéndome de la vida y de los niños que se columpian entre las manillas del vagón, pensando que el pasado no es más que un recuerdo bueno y fructífero de experiencias presentes y de enseñanzas para mañana, y que el hoy se vive con más intensidad que el mismo ayer.
Al fin me bajo, en la estación que me corresponde y veo a esos niños que vuelven a los brazos de sus madres-cansadas- y se quedan dormidos; al cerrar la puerta miro fijamente al hombre de mal olor, y sonríe, así como si me conociera, lo miro seria y me doy cuenta que lleva una caja de mercadería entre sus zapatos rotos, me doy la vuelta y sigo mi camino, entre las estrellas prófugas y mis zapatos carentes de brillo.