domingo, 27 de junio de 2010

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Trenzaba su pelo sin saber lo que ocurriría, miraba en el espejo la tez morena de su rostro que no reflejaba más que lo deseos por revertir el tiempo y volver a aquellas risas incontenibles de antaño. Subió las escaleras de la estación de ferrocarril urbano, pensando que iba a favor del reloj, mas no era así; la espera de aquel nublado día ya estaba ahí, jugando con un callejero can y saboreando lo más dulce que pueda haber: azúcar quemada con las semillas nacientes de la tierra.
Jugó, sonrió, pero siempre estaba en un constante recordar; observó en la compañía niños jugar, niños saltar y arrastrarse también, no será la primera vez que la acción de mirar al otro lado, sea fruto de una descortesía, sin embargo, todo está bien, los acuerdos se respetan-dicen-. Por ahora, dejemos las primeras, segundas, terceras, cuartas y hasta las quintas anormales, sigamos el camino...
Un camino que se hacía eterno por las calles que el subterráneo salvaguardaba, por plazuelas carnavalescas, por edificios no seguros los cuales nos echaban a volar la imaginación de ser delincuentes juveniles.
Caminábamos, y caminábamos, llegamos al lugar, observábamos películas sin-sentido, y de la misma forma derrotamos lo que habíamos acordado.
Ya no acordamos lo que prometemos, ya no se dice lo que siempre se hace.

De dos locos caminando por la ciudad.

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