jueves, 9 de septiembre de 2010

Cataplam, cataplam.

Con unas decenas de cartas sin entregar y otras poesías más en la mente, pues el temor de escribirlas y que sean leídas por ojos curiosos es mayor, así estoy. En un momento del día en que la realidad supera la ficción: son cajas y cajones de papeles escritos con la finalidad de decir lo que no se puede, o lo que no me atrevo.
Con la cabeza repleta de canciones que más de alguna vez sonaron como coros de comidas en lugares impensables, en la cima de un cerro, en la azotea de un departamento, en el extremo del país...¿Quién sabe? sí, alguien sabe, sin embargo, no quiero entrar en detalles que ya no valen la pena.
En aquel cajón hay también imagenes de películas, de lugares verdes y de fotografías en blanco y negro. Quedaron en esa cajita de color rosa llaveros de muñequitas de madera, abrazos escondidos, flores gigantes sacadas de un jardín gigante, cortadas con un cariño gigante y con miles de poemas con "concederes" gigantes. Ahí quedaron.
Esa cajita rosa, tiene una tapita, esa abre y cierra, una y otra vez, una cinta azul que se enreda entre los dedos de quien guarda gigantografías y cosas por el estilo.
Sí, la realidad supera la ficción, la supera.

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