
Eran cerca de las trece horas de un día viernes, de esos en que no esperas nada, tan solo quieres que termine.
Pero así como no esperas nada, porque estas desepcionada de lo que la gente llama normalidad, te encuentras con él. Esa persona que no hace mucho te hizo vibrar, te hizo sentir y te hizo volar con sentimientos que jamás habias tenido en tú interior. Saludas a sus amigos, tratando de ser la mujer más normal y estoica que puedas, siendo contraria a lo que tienes dentro de tu vientre, esas mariposas que aun no cesan de revolotear.
Lo saludas con un beso tan simple en la mejilla, queriendo darle abrazos y besos de esos interminables que para ti duraban tardes enteras, mientras que para los demás tan solo eran segundos; pero no. Tú te empeñas en ser alguien fria, colocándote un escudo protector, sintiéndote segura de ti misma, pero dañando a la persona que aun siente algo por ti, no sé qué es lo que siente, pero lo hace.
Luego te das la media vuelta junto a tú amiga, la que te acompaña y te aconseja, se van ambas, pero si fuera por tí, te quedarías toda la tarde junto a él.
Comen en un centro comercial, y a pesar de que ambas habían prometido de no hablar de penas amorosas, terminas llorando frente a ella, hechando hacia afuera lo que de verdad sientes, eso que a muy pocas personas eres capaz de entregarles, salía, tú corazón en pleno, con todas sus emociones, penas y anhelos.
Ahora tan solo te queda esperar, eso que muy pocas veces eres capaz de hacer, tener paciencia.
Aunque sé sincera contigo, aun lo sientes cerca, pero a la ves lejos, está en él, depende de él; tú ya tienes claras las cosas, tú tan solo esperas hechos, lo mismo que te dijo aquella buena amiga que aquel viernes de mall, y tú tan solo asentías con lágrimas en los ojos.