lunes, 3 de enero de 2011

Muriendo


Acostada en una sala con un clima frío y poco amoroso estaba yo. Miraba al techo sin pensar nada, solo veía un cielo de color blanco con alguna que otra grieta, estragos de alguna tragedia mayor.
A mi lado la incondicionalidad que lanzaba una lágrima, tomaba mi mano como si fuera la última vez. Aun así, yo no comprendía nada, simplemente escuchaba las voces de quienes decían quererme, todos lloraban, y yo solo miraba fijamente. Mis cuerdas vocales no respondían y mucho menos mi cuerpo. ¿Por que sucedía eso en mí? ¿por qué ella lloraba desconsoladamente diciendo que jamás volvería a ser la misma?. No entiendo.
Ahora mi cuerpo sufre cambios que jamás había experimentado, rígido como nunca lo había sentido, mis ojos se cierran y en el fondo se ciegan cada vez más por una extraña luz. De pronto, no siento nada, solo la lágrima de la mujer incondicional que tenía a mi lado que cae sobre la mano que cogía, sentí su aroma y escuché el pitido de la máquina que decía que ya había muerto.

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