lunes, 18 de abril de 2016

La espera le ponía cada vez más nerviosa.
Se paseaba de esquina a esquina de la diminuta habitación, mirando cada 3 minutos el teléfono por si es que sonaba, aunque fuera una llamada perdida.
Se miraba al espejo, como si pasaran muchas horas y se le deshiciera el peinado. Se volvía a mirar por si entre los dientes le quedaba algún resto de comida.
Miraba por el ojo mágico, quizás estaba ahí y no se atrevía a golpear la puerta. Pero no.
Hasta que suena el citófono y el conserje anuncia su llegada. -Qué suba- dice, y al fin aquella espera termina.
Cuando abre la puerta, comienza a sonar su teléfono. Un sonido ensordecedor y repetitivo; era la alarma. Debía llegar temprano a la oficina hoy.

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