sábado, 14 de marzo de 2015

Observo cada una de las perlas del collar que trae, su reflejo es la piel tersa y joven de su poseedora. Observo el brillo de sus brazos y la piel, nuevamente joven, sin el cansancio propio de la edad, que a todas nos llega inevitablemente.
Al hablar, sus labios se notan alegres, como si no hace mucho hubiere tocado otros, no mira a nadie, su indiferencia es tal, que me llega a molestar que no se de cuenta de que la analizo constantemente.
Me saluda como si nada, le correspondo el saludo de la forma más natural que puedo, mas mi pensamiento creo que grita a viva voz, todo lo que sé.
Da la media vuelta, saluda al resto de los comensales, mientras yo la sigo observando, frunzo el ceño en señal de que me molesta, pero nadie lo nota, nadie.
Llego al ventanal que separa el lugar donde ella está, y en su contra-parte siento  el aire limpio de la costa, me desprendo de mis zapatos, pues ya no tengo que fingir formalidad; comienzo a correr hacia el mar y allí me quedo, le sonrío al mar y él me responde con marejadas y lluvia, que no logran ni por medio segundo asustarme. Me siento pequeña ante tal inmensidad, pero estoy tranquila, estoy sonriendo nuevamente.

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